#NiUnaMenos

Cuando los ojos de Ana Rosa Barrera, de 46 años, se cruzaron con los míos por medio de la pantalla de mi celular, temblé. Encontraron su cadáver ayer, 3 de junio, después de que su pareja la haya matado a mazazos y enterrara al costado de una ruta de Córdoba.

A pesar de este terrible suceso, el Centro de Estudiantes de mi colegio, León XIII, se seguía preguntando si debíamos ir a la marcha o no. Después de una votación, se llegó al acuerdo de concurrir a la movilización, pese a que cinco delegados hayan votado que no. “No se logra nada marchando, va a seguir todo igual”, “violencia de género es también cuando una mujer asesina a un varón”, eran los argumentos que daban. Me cuestiono constantemente el hecho de por qué una mujer elegiría no marchar, sabiendo que cada 17 horas asesinan a una, sabiendo que en cualquier momento le podría tocar a ella.

Con 15 años, tuve una gran recorrida por varias marchas de diferentes estilos, pero la que más me sensibiliza es la del #NiUnaMenos. Y haber ido ayer a ésta, fue algo de lo que no me arrepiento.

Empezamos en el Palacio Pizzurno, donde nos encontramos con diferentes Centros de Estudiantes de todo Buenos Aires. Al principio con mis compañeros nos sentimos intimidados al darnos cuenta de que los demás grupos estaban mucho más preparados, con bombos, redoblantes y muchas canciones para cantar. Pero conforme avanzábamos, nos fuimos soltando y pudimos disfrutar plenamente.

Antes de arrancar, los compañeros de la Escuela de Teatro hicieron una intervención en el Ministerio de Educación, que terminaba con todo el grupo cantando “somos el grito de las que ya no tienen voz”. Esta última frase nos dejó a todos helados, y cayeron varias lágrimas.

Comenzamos a caminar, en el medio de otras columnas, y se podía sentir en el aire que estábamos en la misma sintonía. Cada cartel y cada foto de todas las pibas, nos daban el impulso para seguir e intentar llegar a la Plaza De Mayo.

Y yo me sentía segura, ahí, rodeada de tanta gente que luchaba por lo mismo. Sabía que no me iba a pasar nada, era un lugar del que no me quería ir nunca.

“Soy lesbiana y no me provoca una minifalda”, “ni histéricas ni menstruando, gritamos porque nos están matando”, “sacá tu rosario de mis ovarios”, eran algunos de los mensajes que me iban dejando enseñanzas a lo largo del camino.

En otro punto de la marcha se encontraba toda mi familia, entre ellos Laura, mi prima, quien es un gran ejemplo a seguir para mi. La facilidad con la que enseña, es algo que me deja sin palabras. Ella, embarazada de una nena, se bancó casi toda la movilización. Ella, que es la mujer más luchadora que conozco. Ella, que me da ganas de seguir adelante con este movimiento. Y ojalá todos tuvieran una Laura, es necesaria para que nos guíe en este difícil recorrido del feminismo.

A siete cuadras del deseado final, decidimos frenar allí, ya que no lo estábamos disfrutando como antes. Las banderas nos empezaban a pesar más de lo normal y coincidimos en que el camino que habíamos empezado a las cuatro de la tarde, estaba comenzando a llegar a su fin. En ese momento, llamé a mi papá y nos fuimos en subte. Y qué hermoso fue ese subte, lleno de varias chicas que también volvían de la marcha, cruzábamos miradas y sabíamos que algo iba a cambiar, aunque sea mínimo, en algún momento.

Escribiendo esta crónica, se me cruzaron por la cabeza todas las chicas que sufrieron de algún acto de machismo. Sinceramente, creo que todas los sufrimos día a día. Y no me refiero sólo a que nos griten en las calles, nos peguen nuestros novios, nos violen, nos maten. Me refiero específicamente a lo que la sociedad actual nos hace enfrentar. A la cantidad de cosas que nos afectan por el simple hecho ser mujer: nos pagan menos, tenemos menos posibilidades de ser directivas en empresas, somos las que lavamos, cocinamos, nos gusta depilarnos, no podemos tener el pelo corto, tenemos que usar polleras y vestidos. ¡Y ni se te ocurra, querida mujer, intentar cambiar algo de todo esto! Por eso me metí (nos metimos) en el movimiento del feminismo, para intentar cambiar la sociedad, desde abajo. No podemos pedirle a un varón que deje de pensar que es superior, porque desde el minuto uno se le implantó la idea de que si sos mujer, tenes que tener una cocinita y un bebé, y si sos varón, ¡te tienen que gustar los autitos y el fútbol!

Ya sé. Van a saltar todos los machitos a decirme feminazi. Sí, feminazi, como si alguna vez hubiese matado a millones de personas, como si hubiese torturado. Me ponen a la altura de asesinos, por el simple hecho de querer que nos dejen de matar.

Y sí, machito, sabemos que a vos también te matan. Pero no te matan porque tu sexo es «inferior», te matan porque te quisieron robar el celular, porque tuviste mala suerte.

Ahí está la diferencia de por qué es violencia de género. Porque a mí me matan porque a vos te dijeron desde que naciste que yo era inferior.

Texto: Violeta Pietrafesa
Fotos
: Guadalupe Manterola, Paula Corsich