Los otros bicentenarios

Hay otro bicentenario. Más silencioso, más oculto. O mejor dicho hay muchos bicentenarios: está el oficial, que busca imponerse como única verdad, que le pide perdón al rey de España y reconoce la angustia de habernos independizado. Pero también está el bicentenario de “los de abajo”: el de las resistencias, el de las dignidades, el de las pequeñas historias a contrapelo de la gran historia. Está el bicentenario de los oprobios y las injurias, de las infamias y las mezquindades. No hay un sólo bicentenario: hay muchos.

Este contra festejo fue de los que resisten y luchan. De los y las que entienden a la independencia como algo inacabado.

Como una incómoda visión de esta pluralidad de bicentenarios, se instaló en la plaza del Congreso el “Acampe por la Definitiva Independencia” que duró tres días. Un gran carpón para la ronda y la palabra compartida (la palabra-vida, la palabra-rabia, la palabra-memoria, la palabra-semilla), un pequeño escenario de madera por donde circularon decenas de artistas y una feria de artesanos ocuparon la vereda que da a la Avenida Entre Ríos. El contra festejo estuvo organizado por diferentes espacios nucleados en una coordinadora.

“Las culturas ancestrales vivimos con una pluralidad natural. Buscamos que el Estado reconozca que somos una plurinacionalidad, como el Estado de Bolivia ya lo hizo. Que los representantes de los pueblos originarios puedan entrar al Congreso a plantear sin intermediarios nuestras problemáticas” plantea Germán Cruz, de la Organización de Comunidades y Pueblos Originarios (O.CO.P.O). La Wiphala como símbolo de esta pluralidad anhelada flameaba con el gris Congreso de fondo.

Se huele un aroma especial: son las ofrendas a la pachamama que hay dispersas por el lugar en pequeñas vasijas de cerámica, en donde carboncillos queman hierbas y endulzan el aire. Por ahí se lo ve a Wayra Puka, “viento rojo”, envuelto en un poncho y cubierto por un gorro de lana. Es uno de los organizadores y será una de las voces del escenario. Simpático y provocador, dueño de un humor punzante, dice que están frente al Congreso porque es donde están los “supuestos sabios”: “Nos quieren hacer creer que los indios somos clase inferior por tener este colorcito tierra. Pero nunca evaluaron el conocimiento y la sabiduría que tenemos. Nos preguntan “¿Cómo hacen para vivir tantos años?’, ¡Chupamos yuyos, zapallo! ¿Qué se creen, que comemos la comida que nos manda Mc Donalds?”.

En la carpa, promediando la tarde del jueves 7, comenzó una charla que buscó recorrer el bicentenario desde la perspectiva de las luchas sociales, con una fuerte mirada sobre el presente y ampliando la visión hacia la región latinoamericana. Diferentes militantes, artistas e intelectuales participaron de la ronda: Pablo Pimentel (abogado, referente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), Orlando Agüero (militante del Frente Darío Santillán), Modesto Emilio Guerrero (intelectual venezolano),  Mónica Alegre (mamá de Luciano Arruga), entre otros. Modesto Guerrero  retomó algo que dijo Mónica: “Aquí nos estamos viendo los que luchamos, pero nos vemos poco”, resaltando la necesidad de profundizar en la articulación de las distintas experiencias.

El viernes 8 estuvo dedicado a los Pueblos Indígenas y el 9 de julio hubo charlas de extractivismo y contaminación, trabajo y precarización y desafíos frente a la definitiva independencia. El sábado finalizó con una marcha que recorrió el microcentro porteño.

Cruzando la avenida Entre Ríos y alejándose de la plaza el sonido del micrófono se pierde, el acampe queda como una visión difusa y seguramente extraña para las cientos de personas que llenan las calles, caminan presurosas hacia el subte, o salen de él y se dirigen a sus destinos. La mayoría tal vez ni se pregunte qué es eso que sucede ahí, y nunca se entere. La masividad de las grandes ciudades es una valla difícil de saltar para lxs que buscan visibilizar otras miradas de la historia. El Bicentenario de lxs de abajo queda tapado por los relatos hegemónicos aunque, como las semillas, germina despacio.

Crónica: Matías Perez Ibarguren
Fotos: Julia Capriglione