La humanidad pende de Hilos

Una vez leí “la música es del aire” y sentí que allí se condensaban muchos de los sentimientos que tengo al escuchar música. Como la birome sobre el papel, la poesía hecha música, violenta al aire. Nunca vamos a saber si es así, o al revés, la música hecha poesía, pero no viene al caso, la linealidad humana no es algo de lo que crea ser capaz de ocuparme.

La cuestión es, los intrumentos golpean acarician frotan, besan, apasionan suave, cerca fuerte, distantes y cercanos. Gritan desde ayer, desde hoy y desde mañana.

Eso pasó el viernes 1 de Julio en el Teatro Marechal de Moreno. Yo fui un testigo con privilegios, yendo y viniendo, intentando atrapar cómo la música golpeaba la luz, un imposible digno de ser vivido.

Ahí estaba, era parte de una jauría fotosensible, adelante de todo, intentando romper la cuarta pared, mientras Vicky, de Cuore Nero, nos cantaba: “Es sentir que estás en mí, es pensar que nunca fui.”, distrayéndonos de nuestra tarea. Esa es una hermosa habilidad de los que saben hacer (porque sienten) la música, nos pueden distraer lo suficiente hasta hacernos doler de belleza.

Entre climas sostenidos e instrumentos cambiantes, sonaron: Victoria Mc Coubrey en guitarras y voces; Mariano Arrigoni en bajo y voces; e invitados de lujo de la talla de Pedro Rossi en guitarra , un músico tan versátil como para haber tocado la eléctrica en Octafonic y la criolla con Liliana Herrero y Daniel Figueroa en percusión, un generador de paisajes nato (escuchar Cienpies).

Si algo hay que destacar, más allá del evidente virtuosismo para generar climas, es la sorpresa de escuchar algo así tan cerca, tan sutil y volátil. Para quienes quieran entender un poco de esto que cuento, acá canciones más tranquilas como las que hicieron en el Marechal y más abajo, otras rockeras.

Luego, el silencio y el intervalo. Allí,  las palabras de Fabián Pacheco nos contaban de una París iluminada, fría, sin corazón, el viernes resignificado en un teatro colmado de emociones.

La Humanidad pende de Hilos

Oscuridad casi absoluta, un arpegio, algunos armónicos en el aire, Leonardo Valenzuela esboza el principio de algo mágico, luego una voz se posa sobre las cuerdas de la guitarra. La cadencia es inconfundible: Matías Pérez Ibarguren irrumpe hablando de los “pequeños atentados de sentido”.

¿Qué nos llama a adentrarnos en la oscuridad y concentrarnos en el sonido? “No era tristeza lo que lo movía, no era eso que algunos llaman nihilismo, él tenía una sospecha profunda de que algo nuevo estaba a punto de nacer todo el tiempo.” y así, iba a ser, Hilos estaba naciendo de nuevo.

Un silencio, aplausos, y un tarareo, es que “todo pende… todo pende de un hilo”. La voz mágica que nos revelaba semejante verdad es de Florencia Rodríguez, y parecía tan acorde la percusión, que, con un poco de imaginación, los platillos de Javier Granillo se hacían coro.

En esa noche se sucedió la magia, transformando la luz, la materia y el aire como si las leyes de la física no existieran.

Un proyector nos encandiló de lleno,  disimulando lo que sucedía detrás, el escenario: Una «pequeña» orquesta de Vioín, Cellos y Contrabajo, sumados a la guitarra eléctrica de Enzo Rodriguez. Como se suele contar, primero fue la luz guíada por Belén y Emilia, luego un arpegio andino y todo comenzó a nacer de nuevo y la magia misma de maderas renacentistas invadió Moreno. Las hechiceras y los magos eran Fabiana Betelú y Clara Etcheverry en Cellos, Santiago Collino en Contrabajo y Nicolás Leonardo en Violín.

Y como si esto fuera poco, mientras Leonardo Valenzuela seguía dudando, los meteoritos caían con gran despliegue sonoro. Muchos lo negaron atónitos, argumentando que eran ruidos, acoples graves, pero la coordinación de los estruendos y la presencia de Yamile Ranzoni y Gabriela Mont, eran prueba suficiente. Los meteoritos estaban en el escenario.

Por último, «lo inetivable nos conmueve», dijeron y un tarareo se fue esfumando, dejando el escenario.


Texto: Ezequiel Glikman
Fotos: Clara Manterola y Ezequiel Glikman