Movilización 2x1 - destacado

Lo que hicimos de nosotros

Cuarenta minutos me dejaron de garpe mis amigos. Habíamos quedado que nos encontrábamos a las cinco y media en la esquina de Piedras y Avenida de Mayo. Empezaron a llegar recién a eso de las seis y veinte. “No sabes la cantidad de gente que hay, no podíamos llegar”, se justificaban todos. Corrían los rumores de que habían saboteado los subtes. Ninguna de las lineas hacía su recorrido completo y algunas ni siquiera funcionaban. Si fue así, mucho no les sirvió, evidentemente. Porque las calles fueron un hormiguero humano.

La verdad que no me importó la espera. A medida que el sol se iba escondiendo, empezaba a sentirse en el aire un aroma distinto al de un día común en el microcentro porteño. Estaba fresco sólo para una remera y la cantidad de gente que se mueve, hizo que primero pensara en qué me generaba escalofríos. Después me di cuenta que era piel de gallina. Imposible no conmoverse.

Salí de laburar y me fui caminando, pensando con qué me encontraré. No imaginaba una movilización similar a las anteriores. Pensaba en la posibilidad de que esta vez no sea la tristeza y el dolor convertido en lucha y alegría lo que a uno lo mueve, como sucede todos los 24 de marzo. Se percibía un sentimiento de bronca colectiva. Me atravesaba un sabor a impotencia y a la necesidad de no permitir que los genocidas se la lleven de arriba.

Ese dolor atraviesa a la enormidad de gente suelta que, junto con las organizaciones sociales, sindicatos y partidos de todo el arco político, movilizan esta tarde noche. Elian, como buen militante universitario, resignifica eso: “Hay una sensación de angustia e impotencia que luego de ver esta Plaza llena hoy a uno le refuerza sus convicciones, viendo que hay tanta gente que todavía cree en esto.”

En la calle se escucha el estribillo de un tema de Los Redondos: “Vivir, sólo cuesta vida”. Me parece oportunísimo. Las Madres, las Abuelas, los Hijos, no están solos. Viven para dar vida. La memoria no se toca, dos por uno, las pelotas.

“La presión popular y la gente en las calles es clave”, sigue Elián. “No es lo mismo que haya una plaza llena a que no haya una plaza llena, en repudio o no a estas cosas. Genera una subjetividad que esperemos interpele al gobierno.”

Ya con mis amigos empiezo a caminar como puedo hacia la plaza. Entre tantas, hay una bandera de Científicos Universitarios Autoconvocados. Ante ella está el sociólogo Damián Pierbattisti. “Lo que el dos por uno pone de manifiesto es no solamente el sesgo clasista y revanchista de este gobierno sino también, y lo estamos viendo en esta manifestación, la resistencia al avance neoliberal y a la restauración conservadora en nuestro país.” Me da qué pensar lo que dice. Suelo ser bastante escéptico con respecto a las consecuencias directas que traen aparejadas cualquier tipo de marcha. Siempre me da la sensación que al gobierno, en términos técnicos, le chupa un huevo la capacidad de movilización de los sectores populares. Sin embargo, hoy encuentro en este andar un halo de esperanza. Algo tiene que romper este tipo de cosas. Tiene que ser un punto de inflexión, no sé, un “hasta acá, hermano. Pasaste un límite”.

La sociedad, para Damián, “lejos de estar aterrorizada, está combatiendo de manera frontal este embate que es percibido de forma cada vez más clara por sectores muy extensos del campo popular en lo que hace al hecho de caracterizar como una ofensiva restauradora, neoliberal, oligárquica que es lo que de alguna manera define el carácter de este gobierno.”

Me hace ruido la palabra retroceso. El gobierno, los grupos de poder tratando de deslegitimar un discurso que uno creía que ya se había hecho carne en la sociedad. La política de memoria, verdad y justicia puesta en discusión. El negacionismo. La idea de que un torturador de adolescentes embarazadas ande caminando por la calle sólo por el hecho de estar viejo. Ahora sí me da escalofríos.

“Es una decisión que ni siquiera debería estar en discusión, básicamente. No tendría que estar en tela de juicio sacar un genocida de la cárcel”, me dice Daniela. Trabaja en sistemas y estaba en la misma situación que yo hace un rato: buscando a sus amigos entre la multitud. “Ojalá no nos crucemos de la cantidad de gente que va a haber”, me había dicho un profesor hace unos días. Entre la marea de personas, pañuelos blancos improvisados, banderas y carteles, se empieza a meter la camioneta que lleva a las Madres de Plaza de Mayo. La gente deja lo que estaba haciendo y se funde en un aplauso generalizado que tapa algún redoblante distraído. “Si no hay amor que no haya nada”, y qué mejor que estas minas para expresarlo. El amor a sus hijos arrancado por los mismos asesinos que hoy quieren caminar lo más pancho por la calle, ellas lo convirtieron en lucha. Nos enseñaron cómo hacerlo, y lo seguirán haciendo.

Laura y Gabriela son dos de sus hijas. A sus padres los asesinaron militares que hoy quieren recuperar su libertad por medio del dos por uno. Son miembros del primer grupo de hijos que fue reuniendo el cura Leonfanti. Para ellas, “el fallo es una puñalada. No hay palabras. Es una sensación inefable.” Laura, trata de encontrarle una razón a esto: “Creo que lo que intentaron hacer con el fallo es probar si podían volver a instalar las leyes de impunidad, queriendo equiparar a genocidas con presos comunes. Crímenes de lesa humanidad con crímenes comunes.”

Una vez más, la militancia resignifica el dolor, la bronca, en la convicción de que la lucha colectiva es la única herramienta con la que se cuenta para hacer frente a semejante nivel de impunidad. “Probaron aplicar doctrinas que se aplicaron durante la dictadura militar. Son herederos de esa mentalidad, de esa ideología. Y la respuesta es esta: salir a la calle, ponernos los pañuelos. No olvidamos, no perdonamos. Fueron treinta mil, fue genocidio”, aclara Laura por si a alguno todavía le queda un atisbo de duda.

Pierdo las esperanzas de llegar a la Plaza. Prácticamente no se puede caminar. Te vas moviendo de a poco, como podés, entre algún empujón accidental. En un situación similar está Pablo Llonto, abogado en causas de derechos humanos. Abuso de su cordialidad y le pregunto qué piensa sobre el fallo. “La verdad es que esto se veía venir. Cuando los nombraron por decreto, nuestro colectivo de abogados ya nos había alertado sobre Rosenkratz, quien está en contra del proceso de justicia a los genocidas. Y ahí están las consecuencias. Rosenkratz fue el único juez que votó a favor de los cuatro fallos de la Corte que se dieron este año en contra del proceso de memoria, verdad y justicia.”

En una pared hay una pintada que asegura que “no pasarán”. No sé si estaré muy escéptico estos últimos años, pero me detengo a intentar reflexionar sobre eso. ¿Cómo hacemos para que de verdad no pasen? ¿Alcanza con esto? Las movilizaciones son momentos de encuentro. A veces pienso en la idea de que es más una fuerza centrípeta que otra cosa. Algo así como una reafirmación de un “es por este lado”. Que enfrente están los asesinos. El encuentro es una fuerza en sí misma. ¿Cómo transformamos esa fuerza en cambios de paradigmas reales? Pablo me ayuda a tratar de entenderlo: “el umbral del pueblo argentino en que ha puesto el reclamo de verdad y justicia cada vez es más alto. La prueba no sólo son estas plazas sino que casi ningún político haya hablado a favor. Eso marca la presión que hay, sobre todo por parte de los sectores juveniles, que son lo que tienen más claridad de que no quieren golpes de Estado, no quieren más genocidas en las calles y quieren que se los siga juzgando.”

La verdad es que no sé si no pasarán. Pero yo no me puedo quedar especulando acerca de esa posibilidad. La idea de verme dentro de algunos años recordando estas fechas  e imaginándome sin hacer nada me produce rechazo de mi mismo. No sé qué consecuencias trae la movilización más que la reafirmación individual de sentirme parte de un colectivo que no va a permitir este tipo de avances de la derecha. No sé si alcanzará. Pero claramente hay un nosotros que no va a parar hasta que alcance. Seguramente no es sólo gracias a nosotros, pero sin un nosotros es imposible. Y supongo que lo mejor que podemos hacer, lo que mejor hacemos, en realidad, es seguir construyendo ese nosotros. En este día y cada día.

Nota: Francisco Manterola

Fotografía: Juan Principi, Ezequiel Glikman y Clara Manterola