Por su república

Me costó sentarme a escribir esto. No porque tenga (que sí) el síndrome de la hoja en blanco, sino porque no podía terminar de ordenar las ideas que me quedaron flotando desde que volví de la marcha en apoyo al gobierno del pasado sábado.

“Para vender tengo que venir de traje”, dice Jorge, uno de los pocos parrilleros que está instalado frente al Cabildo. A partir de semejante ocurrencia me puse a pensar en lo fácil que sería en caer en comparaciones. Marzo fue un mes cargado de gente en la calle. Los docentes, en particular la CTA y la CGT, los organismos de derechos humanos en general, hicieron que me acostumbre a ver miles y miles de personas copando el centro de la ciudad de Buenos Aires. Allí estuve. Marché, grité, aplaudí, charlé, me emocioné. Pero también estuve el sábado.

Se dijo mucho antes, durante y después de la marcha. En la semana previa, que era a “favor de la democracia, no de un gobierno específico”; que había una atmósfera desestabilizadora perpetrada por grupos “mafiosos” sindicales y que los “ciudadanos comunes”, como Flavio Núñez, no permitirían eso. Flavio, destacando que vino por motus propio, considera que “hay muchas manifestaciones, muchos movimientos que tienden a desestabilizar. Son grupos anarquistas que buscan generar caos para lograr beneficios propios”. En la misma tónica, Juan Carlos, orgulloso de no pertenecer a ningún partido político y de haber venido en subte, asegura que “hay un intento desestabilizador por parte de dirigentes sindicales multimillonarios”. Su esposa Marta coincide: “Estoy acá para apoyar a Mauricio”.

Estando allí, uno se siente raro. Leí en algún lugar que por lo general las manifestaciones con gente tan enojada son en contra de un gobierno, no a favor. Y un poco se sentía eso. Envolvía a la muchedumbre una mezcla de orgullo por considerarse autoconvocados, con el odio visceral a todo lo que manifestaciones “populistas” refieran. El cura Francisco Delamer vive en Flores y fue a “repudiar a los violentos que históricamente han desestabilizado los gobiernos democráticos, sobre todo a los no peronistas, se sienten con el derecho de hacer huelgas salvajes perjudicando a los más débiles”. Me mordía la lengua para no repreguntar. Porque ahí uno se siente sapo de otro pozo. Me parece perfecto que la gente se manifieste en la calle, ya sea para apoyar o para criticar. Sin embargo, no deja de hacerme ruido que quienes tanto niegan la legitimidad de las movilizaciones, hoy estén queriendo responder ocupando la calle. Porque en el afán de diferenciarse diciendo que “acá no hay choris”, “no nos pagan por venir”, “es una manifestación espontánea”; quienes se movilizaron el sábado necesitan, obviamente, demostrar poder en la calle.

Mientras se escucha de fondo un “Sí, se puede”, María de los Ángeles asegura: “íbamos camino a ser Venezuela. Los políticos no se tienen que eternizar en el poder”. Eso me hizo ruido. Me impresionó como todas las personas con las que hablé manejaban un mismo registro discursivo: la posibilidad de zafar de ser un país “bolche chavista” y el mito del fantasma desestabilizador. Juanjo, de 50 años, cree que “hay que cambiar muchas cosas del país y una de esas es evitar que te lleven puesto, que un gobierno pueda cumplir su mandato y si las cosas no le salen bien que haya recambio; simplemente eso”.

El discurso cala hondo. Se repite una y otra vez, como cuando me mandaban a comprar pan a los seis años y temía olvidarme de la cantidad. No importa cómo estamos. Lo que importa es que no estemos más como estábamos antes. “No vuelven más”, cantan de a grupitos con la melodía de la marcha peronista. ¿Ironía? ¿Casualidad? ¿Descuido? A Gabriela, de 47 años, no se le caen los anillos cuando dice que “la estamos pasando mal, pero antes la pasábamos peor. Estaban haciendo pelota el país”. A pocos metros de allí, un señor que no quiso dar su nombre daba su opinión sobre las marchas y movilizaciones que se produjeron durante el mes de marzo: “Bueno un desastre, son todos chorros y entonces los traen, con el choripan, con el micro, con todo. Chorros más chorros, los sindicalistas, los gremios, todos, hay que sacarlos del país”. Con un similar registro de tolerancia, Videlina, de 51, prefiere quedarse callada cuando le pregunté por qué cree que está en riesgo la democracia: “No puedo decir lo que pienso”, me dice mientras me tapa el micrófono del grabador. Si te pica, rascate, amiga.

Diagonal norte estaba inundada de gente que se trasladaba con sus banderas de Argentina y carteles hacia Plaza de Mayo. Se me hizo difícil encontrar gente joven. La mayoría eran personas de más de 40 años que se movilizaban con sus parejas, familiares, amigos. Cuando me cruzo con Soledad y su marido Lucas, que no tienen más de 35 años, aprovecho para preguntarles por qué están acá. Vinieron para “darle energía al gobierno, darle ese plus de diferencia y se sienta apoyado”.

Todos destacan que vienen por cuenta propia, que no los traen. No es mi intención caer en comparaciones. De hecho, me parece un grave error querer analizar con los mismos parámetros manifestaciones opositoras y oficialistas. Sin embargo, esto me dio el pie para pensar por qué a los sectores conservadores le interesa la ocupación del espacio público, para qué lo necesita, por qué quiere disputar poder desde ahí también. Al respecto, Enrique, de 67 años, fue a  “apoyar la democracia”, porque “así como se manifiestan los peronistas, nos podemos manifestar nosotros”. Evidentemente lo necesitan, aunque me parece mucho más interesante pensar qué discurso recibe más consenso; cuáles son las discusiones que se intentan instalar en la opinión pública. Intentar deslegitimar la movilización porque convocó un décimo de lo que movilizó el Día de la Memoria no sirve. Tampoco creo que sirva comparar rangos etarios o socioeconómicos, aunque no deja de ser destacable la ausencia de juventud. A pesar de no ganar la calle, ganaron las elecciones y, aunque ya se ha dicho millones de veces, desde el campo popular se debe hacer una autocrítica al respecto. La capacidad de movilización no determina victorias aunque ayude; mientras que la disputa del sentido común es algo que se tiene que hacer día a día.

A pesar de ello, me sorprende el vacío de algunas declaraciones. El estar acá “por la justicia, por la democracia, por la república”. No creo que alguien esté en contra de eso. Sin embargo, hablan de sostener la república y a la vez se jactan de no participar en ningún partido político o consideran que los trabajadores no tienen el derecho de hacer huelgas, al revés de lo que dice la Constitución. Quieren justicia pero cuando la policía arranca a los tiros en un comedor infantil, miran para otro lado. Son férreos defensores del sistema democrático pero festejaron golpes de Estado y proscripciones.

Hay algo que se me escapa. Que no termino de entender.

Crónica: Francisco Manterola
Entrevistas: Francisco Manterola, Gonzalo Segura, Marcos Príncipi.
Fotos: Clara Manterola, Ezequiel Glikman, Facundo Prodo.