destacado No estamos solas

No estamos solas

Llegando a Plaza de Mayo en la línea A del subte comienza a sentirse la atmósfera de la marcha. Atravesando los molinetes uno empieza a descubrir que muchas de las personas que viajaban cerca se dirigen al mismo lugar. Lo descubre en las remeras, en que vienen en grupitos, y también en las expresiones de las caras. Entonces uno empieza a sentirse parte de algo mayor. El anonimato y la fragmentación humana del subte van desapareciendo y comienza a abrirse paso un sentido de pertenencia, una agradable sensación de lo común. Es uno de los sentidos principales de por qué se marcha.

La plaza, como de costumbre en las movilizaciones, estaba vallada desde la pirámide de Mayo, cercando el acceso a las cercanías de la Casa Rosada. ¿La distancia le ahorrará a los gobernantes el tener que escuchar los cantos, las consignas, las proclamas? ¿Les permitirá aferrarse a sus vagas convicciones, a sus certezas, sin dejar margen para la duda o la contradicción? La manifestación será para los ojos que observan desde los balcones o tras las ventanas, con una taza de café en la mano, apenas un lejano barullo uniforme, un manchón considerable de personas, es cierto. Probablemente mayor al del #1A, sí, pero eso no conviene decirlo en voz alta, mejor correr las cortinas y seguir con lo propio.

Volvieron a matar a otra mujer. Otro femicidio: Micaela García, de 21 años. Y la justicia volvió a ser cómplice. Éste fue uno de los principales reclamos de la manifestación. Recorriendo la plaza podían verse grupos de mujeres, con algún que otro hombre, conversando, como en pequeñas deliberaciones. Marina fue con dos amigas, una de la primaria y otra “de la música”: “Estamos acá para que la justicia nos escuche. La policía federal custodia la casa del juez Rossi, pero vos vas a la comisaría con un ojo morado y la policía se te ríe. O tratás de defenderte de un agresor y la policía te mete presa a vos porque te defendiste. El dolor es siempre el mismo, y se repite una y otra vez, pero la idea es que esto termine en algún momento, y para eso la justicia nos tiene que ayudar, porque si encima la justicia está en contra nuestro, ¿cómo vamos a resolverlo solas? No hay manera”.

Por doquier se veían mujeres con carteles caseros pintados a mano, sostenidos en alto para el flash de las cámaras y los ojos de todas, con frases elaboradas personalmente y otras que ya vienen circulando socialmente. Las mujeres de las distintas agrupaciones políticas de izquierda hacían círculos en diferentes lugares de la plaza y cantaban en contra del patriarcado, de los “machos”, de la Iglesia, a favor del aborto legal y seguro en los hospitales. Muchas traían a Micaela en sus canciones. Un círculo grande de militantes del Movimiento Evita cantaba: “Ya vaaas a ver, las pibas en la calle vamo a vencer… y siii señor, la vamo a llevar a Mica en el corazón”.

En una esquina de la plaza, cerca de la pirámide de Mayo, una intervención artística de un grupo grande de mujeres vestidas de violeta y con pañuelos del mismo color en las manos hacía una especie de ritual homenaje a Micaela. En el centro del grupo, unas chicas guiaban con instrumentos de percusión. En otros puntos de la plaza se repetía la imagen: grupos concéntricos de mujeres alrededor de una intervención, o del grupo de percusión “Tumbanda”, o de algún grupo de militancia agitando con cantitos. A las 18 de la tarde se realizó la asamblea abierta del movimiento “Ni Una Menos”. La plaza parecía un gran conjuro colectivo de energías transformando el miedo en fuerza, la tristeza en coraje, la rabia en lucha: “No estamos solas, estamos organizadas”.

¿Cómo continuar cotidianamente esta militancia sintetizada en la frase “Ni una Menos”? Clara, de Patria Grande, decía: “Creo que es una lucha de largo aliento, hay que dar la disputa para que el Estado tenga políticas más activas en términos de prevención y de políticas de género. Pero también hay que trabajar para dar la batalla cultural, el cambio en relación al sistema patriarcal en el que estamos inmersos y que implica que todo el tiempo se nos violenta a las mujeres, se nos discrimina. Hay que dar la discusión en los diferentes lugares en los que estamos: en el trabajo, en la militancia, incluso con la familia. El cambio, en algunas cosas, también empieza por uno mismo”.

La tristeza cedió en los rostros ante la templanza y la convicción. El miedo no tuvo poder en una plaza colmada de confianza colectiva. Los ojos de las miles reflejaron una decisión: no parar hasta que no haya justicia, hasta no cambiar de raíz la cultura patriarcal.

Crónica: Matías Perez Ibarguren
Fotos: Marcos Príncipi, Guada Manterola, Ezequiel Glikman