Las palabras que matan

Caía la tarde en Buenos Aires y este 3 de junio el Congreso se convirtió, una vez más, en el punto en común de una convocatoria que ya forma parte de la agenda colectiva.

Distintas organizaciones sociales, familiares de víctimas, estudiantes secundarios, mujeres, varones, niñas, niños y sus cuerpos. El frío no importó, la clave fue ese calor colectivo, el contacto con los otros que nos ayuda a seguir, a aminorar la sensación de soledad.

Los cuerpos en movimiento, en marcha, tensionados, demostrando que el dolor nos toca a todos por igual. La lucha es en movimiento, es el momento de poner la discusión sobre la mesa, sobre la cama y entre las sábanas.

Mientras camino hacia Plaza de Mayo me cruzo con Miriam de la Comunidad Africana de la Argentina, que me dice que “Estamos acá en contra de toda violencia hacia las mujeres. Y además nosotras, particularmente siendo mujeres negras, a toda la violencia se le suma el racismo que sufrimos. Queremos unir fuerzas. La lucha se continúa; a través de las manifestaciones, a través de la educación que es fundamental y por supuesto querernos más. Querernos y respetarnos”.

Nuestra situación actual es apremiante. Los números son muy concretos y las muertes tienen nombre y apellido. La sensación generalizada es que de un año a esta parte poco cambió la situación; todos los días nos encontramos con nuevas noticias sobre feminicidios y acá es necesario hablar también de travesticidios. En la mayoría de los casos los medios hegemónicos reproducen la mirada punitiva de lo femenino, lo femenino entendido siempre desde ese lugar estigmatizante, inferior y sumiso. Se reproduce la violencia, en todo momento y en el horario central. Como efecto se constituye un sentido común que naturaliza prácticas que estigmatizan, que portan las palabras que matan.

Al respecto, Ariadna y Camila, ambas estudiantes del colegio María Claudia Falcone, entienden “que es importante que tanta gente se reúna por una causa común que es defender los derechos de la mujer. Es un tema que estuvo escondido, enterrado y que, desgraciadamente, por la acumulación de hechos de violencia contra las mujeres, que es física, que es verbal y que son tomadas como comunes por la sociedad no deben serlo. Es lo que nos mueve hasta acá, la necesidad de que cambien las cosas”.

Entre junio de 2015 y junio 2016 no hay un cambio en torno al número de feminicidios registrados. Se hace necesaria la tracción colectiva para exigir un Estado comprometido, con políticas públicas de calidad que tengan inversión suficiente para sostener todas las intervenciones necesarias. No es el único camino, pero es importante tenerlo presente.

Posterior a la primera convocatoria, algunas palabras sanadoras empezaron a circular con más fuerza. Hoy la discusión se potencia, se encarna de distintas maneras y se traduce en acciones, como las chicas que forman parte de la Liga de fútbol femenino llamada La Nuestra: “Nosotras trabajamos en la villa 31, tomamos el fútbol como una herramienta de empoderamiento, generando espacios de igualdad para las mujeres. Ser una futbolista en un mundo machista es interpelar los estereotipos de género, es jugar en la cancha con las compañeras y no sentirnos solas. Es generar espacios de intercambio”.

No estamos solos, fuimos muchos y muchas los que pusimos a jugar el cuerpo en la calle. Es importante capitalizar lo colectivo, la experiencia de estar con muchos otros distintos y generar potencia, no es una cuestión de las mujeres, es una cuestión de todos como sociedad. Es interpelarnos constantemente en el día a día. Así, Jorge y Juan es que se sumaron a la convocatoria, haciendo visibilizar su compromiso.

”Estamos acá para apoyar esto que es una pequeña parte de todo lo que falta por hacer para concientizar sobre la violencia de género, el sistema patriarcal y el machismo como algo muy arraigado en lo cotidiano. Estamos acá porque no es una lucha solo de las mujeres, sino de la sociedad en su conjunto. Estamos acá para interpelar los estereotipos de género que se generan en la crianza de los más chicos, para interpelar los modos que tenemos de tratarnos. No hay que callarse. Hay que discutir, hay que generar conciencia. Lo fundamental es no callarse”.

Interpelando los sentidos

Creo que generar discusión siempre es un primer paso para desarmar nuestras propias prácticas, insistimos siempre en re-pensar. Después de la marcha me he topado con algunos argumentos que necesito, justamente, desarmar. Me refiero a esta posición que dice, a modo de queja, que también hay que hablar del “NI UNO MENOS” con la idea de que los varones también son víctimas de violencia, y que no todo tiene que quedar en la victimización de la mujer y en la demonización de los varones. He leído a hombres y mujeres hacer sus descargos en torno a este punto, y creo que estamos frente a una especie de resistencia del propio patriarcado. Generalizar es siempre riesgoso, pero creo que en esto impera un no entendimiento de la consigna. También hay un desconocimiento sobre cómo se fueron dando histórica, cultural y socialmente las representaciones en torno a qué implica ser un hombre, y qué implica ser mujer.

No se vehiculiza la discusión alrededor de la asimetría que existe en las relaciones de poder, ni tampoco en los efectos que esto tiene en la vida social. Por otro lado, esta queja siempre se posiciona entendiendo el género desde el binario hombre-mujer biológicamente determinado. ¿No hay lugar para la diversidad?

Creo que es sustancial dar cuenta de que el patriarcado no opera únicamente en contra de las mujeres; yo diría contra las distintas feminidades posibles, contra todo aquel que salga de la norma, del casillero. Hablar de #NiUnaMenos es hablar y denunciar los travesticidos, los crímenes por orientación sexual. El patriarca está nervioso, porque sabe que las calles son nuestras, que somos dueños de nuestros cuerpos y que nuestras voces se escuchan fuerte y claro.

Crónica: Sebastián Colmán
Fotos: Julia Capriglione y Ezequiel Glikman

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