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Dos mil abrazos

Llegué a eso de las 14. A medida que caminaba por las calles de microcentro pensaba que iba a ser la primera vez que marchaba con las Madres en su tradicional ronda semanal. Trataba de encontrar un por qué. Por qué tardé más de mil novecientos noventa y nueve jueves en acompañarlas. La coyuntura. Sin duda. Desde que empecé a tener noción y dimensión de lo que fueron, son y serán las Madres, nunca las vi con la sensación de vulnerabilidad con la que las veo hoy en día. Eso agiganta su obra, su locura, pensé. Las tipas en vez de amilanarse frente al resurgir facho de los nuevos tiempos, van y te meten la ronda dos mil. Mirá si se van a achicar. Se bancaron a los milicos, al ninguneo eterno de la justicia, el menosprecio de algún miserable. ¿Cómo no voy a estar ahí para acompañarlas?

Empiezo a recorrer la Plaza. Siempre me gusta tomarme un rato para mirar caras, gestos, cada vez que arranco para movilizaciones. Algunas orgas se iban acomodando. Faltaba el núcleo duro pero ya se percibía la posibilidad de una Pirámide rodeada de decenas de miles de personas. Bajo alguna bandera, solos, o en familia. Como Roberto Cardozo, de 62 años, quien junto con su hijo Ezequiel y su pequeña nieta Candela me comenta: “Estoy contento de estar acá, sigo con la lucha. La lucha es la vida, y yo la vida la he dado a la militancia.” Se me pone la piel de gallina. “Las Madres, las Abuelas, los Hijos y aquellos nietos que todavía no recuperamos”, sigue Roberto, “están esperando que nosotros sigamos luchando. Hay una sola manera de responder: la lucha, la resistencia, la calle, ocupar los espacios de poder que la calle nos permite.” En los ojos de Roberto había amor. Amor por su historia, por su militancia y por su familia, a la que tenía a su lado en ese momento. Para él es indescriptible venir a este tipo de lugares rodeado de gente que ama. “Esto de unir tres generaciones en la plaza es hermoso, no tiene definición. Hay que tenerlo adentro para saberlo.”

La emoción brota. Siempre me pasa. Es una fija. Cada vez que marcho con las Madres lloro como un boludo. Ya sea un 24 de marzo, en la ex ESMA o la ronda dos mil. No sé, no lo puedo evitar. Las viejas estas me emocionan. Son como el viento; siguen soplando.

Néstor Díaz tiene setenta y tres años y desde hace mas o menos un año y medio viene todos los jueves sin faltar: “Soy un ciudadano completamente agradecido a los doce años que hemos vivido”, dice. “Después del 2003 me di cuenta que era una Argentina que empezaba a dignificar a sus ciudadanos, a darles trabajo, darles educación, protección, cuidado. Y todo eso me hizo reflexionar y salir a la calle. Y en toda marcha, aparte de la ronda de los jueves de las Madres, ahí estoy presente; yo como tantos otros compañeros que han tomado conciencia que hay que salir a la calle y agradecer permanente todo lo que uno ha recibido.”

Tratando de calmar mi emoción, sigo recorriendo e inmediatamente una mina levanta un cartel que dice “No son 30000. Somos millones”. ¿Me estás cargando? Acabo de tragar el llanto, ¿y vos levantas ese cartel? Ayudame un cacho, querida. Pienso en esos treinta mil. En sus Madres, en sus Hijos. En qué estarían pensando si las pudieran ver a ellas en este momento. Si Roberto me acaba de decir que tenemos que seguir luchando, ¿cómo no voy a estar ahí para acompañarlas?

Tudi Inocetti peina varias canas y sabe algo sobre esto de luchar: “Yo viví los años setenta y la lucha del pueblo la viví desde adentro. Las Madres salieron a luchar por todo lo que habían luchado los jóvenes. Fueron las que más transmitieron a toda la juventud esta lucha, de sus hijos, de mis compañeros”. No era un ronda más y ella lo sabía mejor que nadie, por eso me contaba de su experiencia vivida allá por el 77. “Las primeras marchas no había nadie, era muy poco, porque salíamos de una dictadura muy cruel”.

Ahora es otra cosa. Es diferente. Aunque alguno siga insistiendo en que fue una guerra sucia; aunque a su conteo les faltan veintiún mil desaparecidos; aunque no quiera meterse en ese debate, que no es tal. Ahora es diferente. “La organización del pueblo es lo que más importancia tiene, todos los organismos que acompañen la defensa de todos los derechos conseguidos. Es una responsabilidad de todo el pueblo, de seguir defendiendo en este momento los derechos que se han logrado y no permitir que no se nos saquen, que es lo que están tratando de hacer”; cierra Tudi, medio a los apurones porque ya se ve la camioneta blanca que trae a las Madres entrando a la Plaza.

Desde donde estoy no las llego a ver bien. Intento moverme un poco pero es imposible acercarse mucho más. La sigue un malón de gente. “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”. Literalmente, viejo. Si alguien quiere buscar las definición de abrazo colectivo, que se pare el jueves 11 de agosto de 2016 pasadas las dos de la tarde, frente a la Pirámide de Mayo y observe. ¿Cómo entra tanto amor? Porque no le cabe otra palabra. Claro. No es que no entra. Lo emanan. Ellas irradian amor. No son egoístas. No se lo guardan. Van y lo reparten todos los jueves en la Plaza, todos los días de su vida. Lo que transmiten las Madres es amor. Amor por sus hijos. Aquellos que ya no están. Pero que sí están. Y seguirán estando. Dos mil jueves más. Y por más que suene a lugar común así lo siento. Están ahí. Se sienten en el aire. Flota la sensación de que están dando una vuelta por la Plaza con vos. Uno medio que se los apropia. Esta gente se siembra. Y florecen en forma de Madres. Si no, no se entiende de dónde sacan tanta fuerza estas minas. ¿Cómo no voy a estar ahí para acompañarlas?

Pepe, un joven de no menos de 80 años y con un sombrero arrabalero me ayuda a despejar mis inquietudes: “Las Madres de Plaza de Mayo significan vida, dignidad, ejemplo, coherencia. Uno no puede menos que estar en esta etapa de la vida presente en estas cosas. Los treinta mil desaparecidos han sido semillas, porque las semillas mueren para dar vida y esto es lo que está pasando en el país”.

Debido a la multitud, no se hizo la vuelta habitual a la Pirámide. Esa misma que vienen haciendo desde hace dos mil semanas cuando un cobarde de uniforme le dijo “circulen, circulen” y ellas, de manera obedientemente rebelde, no frenaron nunca más. Esta tarde, el rodeo se extendió hasta la Plaza entera, hasta que la camioneta frenó frente a la clásica carpa azul. Se dispone a empezar el acto, donde luego de ofrendarle un pañuelo a Edgardo Depetris por “su trayectoria sindical y compromiso” y de que dieran un discurso diversos referentes de la cultura y los derechos humanos, Hebe tomó el micrófono y yo me dispongo a escucharla. Pienso en el dolor con el que cargan. Sus palabras están cargadas de años de insistente lucha. De un dolor transformado en militancia. Qué lindo fijarse de qué lado de la mecha me encuentro. Viendo a las Abuelas, a los Hijos, a las Madres. ¿Cómo no voy a estar ahí para acompañarlas?

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Nota: Francisco Manterola / Guadalupe Manterola
Fotos: Julia Capriglione / Juan Principi

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